A millones de kilómetros

Gracias a un guión bien estructurado y a una dirección e interpretación discretas, esta película da forma a una esperada y halagadora historia de superación, al tiempo que se resiste al romanticismo adulador de algunos biopics. Basada en la autobiografía del propio protagonista, A millones de kilómetros es obviamente elogiosa con su personaje, seleccionando, condensando y glosando detalles de su vida. Pero evita la idealización y la nostalgia. Por ejemplo, cuando el joven Hernández empieza a jugar con una mazorca de maíz, la convierte en un cohete, de modo que el maíz representa un futuro construido a partir de un pasado, no una romantización del trabajo migrante o de una granja mexicana. La historia presenta rápidamente a sus personajes para llevarnos a la edad adulta de Hernández, que se divide en partes basadas en los "cinco ingredientes para el éxito" de su padre. No era una estructura necesaria, pero -al igual que el maíz y un tema un tanto mágico relacionado con las mariposas migratorias- contribuye al tono y el significado del relato.

Peña encarna al futuro astronauta como un tipo normal en una interpretación construida en torno a la idea de la humildad. Su porte ligeramente regordete y blando contribuye a ello, aunque parece que debería haberse hecho más fuerte y delgado durante sus años de entrenamiento. En el papel de su mujer, Adela, Salazar hace una interpretación memorable y simpática, y su relación se siente real en su ternura. Esta narración quiere centrarse en cómo el singular éxito de Hernández se construyó no sólo sobre su propia tenacidad, sino también sobre los sacrificios y el apoyo de quienes le rodeaban. Un tema visual recurrente muestra a grupos de miembros de la familia ampliada reunidos en torno a individuos, en celebración o en tristeza, formando círculos de abrazos. El acto y la imagen repetida transmiten más sobre la importancia de la familia y la comunidad que cualquier diálogo.