Oppenheimer

Al igual que J. Robert Oppenheimer, Nolan es un genio - y, también como Oppenheimer, puede que esté demasiado cerca de su tema como para darse cuenta de que ha perdido el hilo. Ahora está más que claro que a Nolan le fascina la Segunda Guerra Mundial, pero puede que a muchos espectadores (incluso a los amantes de la historia) les resulte difícil seguir esta historia con facilidad. Si se necesita una tarjeta de referencia, subtítulos, la posibilidad de pausar y rebobinar la película, y Wikipedia en standby para entender lo que está pasando, es un problema. Y si algunos espectadores empiezan a preguntarse cómo Aaron Sorkin, Ron Howard o Steven Spielberg podrían haber hecho mejor esta película, es un gran problema.

La bomba atómica es sólo una parte de la historia de Oppenheimer; en realidad, la trama gira más en torno a si el líder del Proyecto Manhattan conseguirá que le renueven su autorización de seguridad una década después del final de la Segunda Guerra Mundial. De verdad. Y dado que Oppenheimer aparentemente no era el mejor tipo (la película suaviza el hecho de que aparentemente intentó asesinar a su profesor), es difícil invertir o preocuparse. Nolan es famoso por crear rompecabezas cinematográficos que desafían el intelecto de los espectadores y nos mantienen alerta: a veces nos sentimos confusos, pero sabemos que es parte del juego. Aquí, intenta jugar de nuevo a ese juego con los espectadores, pero no funciona realmente en un biopic dirigido a que el público examine la moralidad de la innovación. Nolan parece pretender que cuestionemos nuestra actual carrera hacia la inteligencia artificial, pero la película sólo nos deja cuestionándole a él.